miércoles, 13 de enero de 2016

Método de resolución de conflictos


Un método es un procedimiento que se sigue para conseguir algo, o bien un modo ordenado y sistemático de proceder para llegar a un resultado o fin determinado.

Por tanto el método de resolución de conflictos es el procedimiento a seguir por todos, de forma coherente, para conseguir solucionar cualquier conflicto entre alumnos.

Al igual que instamos a los niños a hacer determinadas cosas (sentarse correctamente, formar fila, hacer tareas…), también podemos pedirles hacer sentir bien a otros niños, poner en práctica un método para resolver conflictos, mostrar cariño, solucionar diferencias sin enfados, expresar emociones en su momento y forma, etc.

Todo comienzo cuesta, y aprender e implementar cosas nuevas a veces se hace cuesta arriba, sobre todo cuando confluyen formas de pensar distintas. 

Es necesario insistir que después de trabajar de una forma determinada (el esfuerzo), con el tiempo se adquieren hábitos de trabajo, y estos se configurarán en automatismos (actuación automática), al realizarse de manera continuada… pero, para expresar conductas aprendidas de manera natural, toda la comunidad escolar deberá trabajar en la misma línea (padres, maestros y centro educativo… así como quienes traten directa o indirectamente con los niños).

Si los padres no colaboran desde casa, o no están muy convencidos por cualquier motivo, es muy fácil que el niño/a no use el método, o bien lo haga incorrectamente.

El método es muy sencillo. 3 son sus pasos:
  1. Soltar la emoción, expresarla hacia algo (nunca hacia nadie). Escuchar ambas partes.
  2. Expresar el sentir de cada uno (usando el cariño, hablando en primera persona, uno frente al otro, mirando a los ojos y sin perder el contacto visual)
  3. Frase reparadora.

El método de resolución de conflictos con mediador

. Previo a este paso es necesario que el brote emocional haya sido atenuado para poder acceder al razonamiento (expresar el dolor, gritar, llorar, apretar algo con fuerza, contar hasta 10...; ver el apartado de "expresión emocional" de más adelante). Posteriormente preguntamos a cada oponente su visión del conflicto en cuestión. Todas las versiones serán expresadas y escuchadas. El mediador debe hacer saber a ambas partes que tienen este derecho y su propio tiempo para hacerlo. En el caso de que estén alterados, es necesario calmar la situación previamente y hablarles con firmeza, pero con cariño. Esperaremos unos instantes hasta que la situación se normalice y así poder volver a abrir el canal perceptivo racional de los involucrados. Después, cada uno expresará los hechos o intereses, por turnos, en primera persona y mirando siempre a los ojos de la persona (es la vía de acceso al subconsciente) con quien tiene el conflicto. La parte contraria, por su parte escuchará sin interrumpir, sosteniendo la mirada y tratando de mostrar interés por las explicaciones prestadas. 

. Una vez expuestas las dos versiones, el educador-mediador reconduce la situación para que cada uno exprese su sentir al otro, en primera persona nuevamente, y anteponiendo la siguiente “frase mágica”:
Me he sentido mal cuando/ porque...

Para ello se sitúan enfrentados a una distancia de menos de 40 centímetros entre uno y otro, mirándose a los ojos y evitando siempre juicios innecesarios. El mediador instará a hacerlo de esta manera, tantas veces como sea necesario.

. Una vez se hayan expresado los motivos por los que se han hecho sentir mal, decir una frase reparadora, como:  
“No quería hacerte sentir mal”
“No era mi intención hacerte sentir mal”
"...pero me dejé llevar por la rabia porque/ cuando me hiciste/ dijiste..."


Esperar o decir simplemente “perdón” no soluciona mucho, no implica aceptación y entendimiento de la postura opuesta, sino sentimiento de culpa.
Luego se intercambiarán los papeles.
El resultado es realmente gratificante. Una mediación positiva, realizada desde el cariño, puede convertir una situación sumamente tensa en otra completamente distendida. El enfado se disipa y los niños vuelven a su actividad, como si el incidente nunca hubiese ocurrido.
Un elemento de ayuda es colocar la mano de quien está hablando en el hombro de la otra persona, pues este acto supone un refuerzo al mensaje oral o anclaje positivo (Programación Neurolingüística o PNL).
   
Muy importante, mediador: Las pasos de este proceso de mediación deben respetarse fielmente. Debemos prever el tiempo suficiente para llevarlos a cabo y resolver el conflicto. Interrumpirlo o posponerlo podría agravar la situación. 

Al principio cuesta implementar estas pautas de conducta, pero una vez establecidas, se adquieren hábitos correctos, que los niños aplican por iniciativa propia en sus continuos desacuerdos, sin necesidad de mediador. Mi experiencia en este tipo de actuaciones, dicta que dichos hábitos se consiguen adquirir después de meses de continuas prácticas, mas una vez fijados el aprendizaje es duradero. 

A modo de resumen (Resolución Óptima de conflictos):




Los resultados son extraordinarios

En ocasiones, y sobre todo en el caso de niños mayores (a partir de 10 años), la situación puede complicarse por la confluencia de otros factores ajenos a la propia disputa y no conseguir una mediación. Tal vez incluso, el desencuentro haya desembocado en una agresión o violencia verbal extrema. Llegado a este caso, y no viéndonos capaces de dar solución inmediata viable, con toda calma esperaremos a que las emociones afloradas bajen de intensidad, manteniendo a los implicados en la realización de alguna tarea conjunta, sentados… o incluso, animarles a que formulen su propia forma de solucionar el conflicto. Ellos lo pueden solucionar si tú crees en ellos.

En ausencia de iniciativas o negación a hablar o actuar, debemos hacedles saber que no seremos capaces de ayudarles si no permiten nuestra intervención, e informarles que no abandonarán el lugar ni realizarán actividad alguna, si el conflicto no es resuelto. Una vez entienden que todo desacuerdo ha de ser solventado y no postergado o guardado, poco a poco irán siendo cada vez más accesibles y conscientes de controlar y gestionar sus acciones, resultado de sus emociones.


La expresión emocional

Siempre que hay un conflicto existe una emoción que subyace: un comentario o una acción (intencionada o no) malinterpretada como una agresión hacia uno mismo, sin motivo aparente, que produce una reacción de “rabia”.

Algunos niños expresan la rabia de forma violenta, devolviendo el golpe, el insulto… otros simplemente callan, pero el dolor emocional queda y, como un vaso que se llena poco a poco, llega un momento que, completamente lleno, se desborda dando lugar a acciones  y conductas inadecuadas o poco deseables (introversión, apatía, asocial…).

En ocasiones, cuando la rabia o ira no puede ser expresada por el niño, se abre paso la tristeza a través de las lágrimas. Es muy importante entender que tras la emoción de tristeza se encuentra la rabia no expresada. El dolor de algo que no ha sido entendido.

Por ello, debemos fomentar en el aula técnicas que favorezcan la expresión de las emociones, principalmente la ira o rabia. Un ejemplo sería el uso de un cojín sobre el que el niño pueda gritar, e incluso, apretar para manifestar sus emociones, principalmente la ira o rabia. Deberá estar ubicado en un sitio visible y accesible. Lo podemos llamar el cojín de la rabia. Si no tenemos el cojín cerca, el niño puede usar la manga de un abrigo, una mochila… algo acolchado y cercano. Es prioritario que las emociones emerjan, máxime las menos saludables y dañinas como la ira o rabia.

El sentimiento de rabia es comparable al martillo que falla el golpe y acierta en el dedo que sostiene el clavo. El dolor no puede ocultarse e inmediatamente se expresa. Igualmente, la rabia debería salir, gritar si es preciso… pero ésta es una conducta socialmente poco o nada aceptada, así la tendencia es ocultarla, dar muestras de “valentía”, no llorar, sin quejas, ¿qué dirán?…

Lo incorrecto no es sentir rabia, sino ciertas maneras de expresarla.

Debemos aprender a canalizar esta emoción y dirigirla hacia un objeto neutro (el cojín). Permitir que la emoción se exteriorice y pierda fuerza, para después abordar la causa del conflicto que ha provocado dicha emoción con un método resolutivo.

La mayoría de conflictos presentes en el entorno escolar suelen derivarse de situaciones, acciones y comentarios mal interpretados: “me ha golpeado adrede”, “fue sin querer”, “no puedo confiar en él”, “se ha reído de mí”… Saber qué pensó, dijo o quiso hacer o decir la otra persona es un comienzo. Una vez que el desacuerdo o conflicto se ha dado, tenemos que intentar hacer ver a la otra persona cómo su acción o comentario ha hecho sentir, desestimando la intencionalidad y fomentar que la otra persona pueda neutralizar su acción con otra compensatoria.

La intención es cambiar la conciencia, la forma de resolver las cosas… al menos demos la oportunidad a la otra persona para expresarse, que explique su punto de vista, o se disculpe llegado el caso… pues si alguien nos hace daño y reaccionamos de igual modo, insultando o devolviendo el golpe, no solo no estaremos resolviendo le conflicto, sino que lo estaremos agravando. 

No se trata de quién o cómo ha empezado, sino de pararlo y disolverlo. Todos tenemos la capacidad de elegir. Elijamos ser conscientes y consecuentes con nuestras acciones y emociones.
“Dos no se pegan o discuten si uno no quiere”


La mediación

El educador actuará de mediador cuando las posiciones sean irreconciliables. Las reglas básicas de actuación son claras: Nunca se posicionará abiertamente por ninguna de las partes. Su enfoque será pasivo y vigilante para que la situación no se descontrole. Animará a los oponentes a moderar sus expresiones emocionales, comunicarse razonablemente y en primera persona (“yo me sentí mal porque…, cuando…”, nunca “ese niño me empujó, me dijo…, él me gritó y…”), pero siempre con cariño.

Insistiré una vez más: Coherencia.

Los procesos de mediación deben ser similares en todos los contextos, es muy importante actuar de la misma manera tanto en el colegio, en casa, en el parque… y no dar pie a patrones disruptivos. Nuestra prioridad es evitar que una emoción no expresada se anquilose y quede programada, solucionando los conflictos en el momento que se producen. 

El niño tiene que comprender que, para encontrar el punto medio o neutralidad ante una acción negativa, se debe realizar una positiva. Que ante una conducta que ha provocado malestar debe seguirle otra que produzca bienestar. 

La importancia de la figura del mediador radica en hacer entender a la persona que ha molestado o agredido que no ha actuado correctamente, y de las alternativas disponibles para solucionar las frustraciones, inquietudes o emociones negativas, sin que afecten a nadie. Las emociones deben expresarse, pero otras personas no son el vehículo adecuado. Desahogarse con un cojín carente de vida y emoción es positivo. Éste nunca devuelve las voces ni los golpes. Sin embargo la cosa cambia cuando el destinatario de la expresión emocional es alguien que merece respeto y consideración y que además… puede responder… aumentando el problema.

Tenemos que generar hábitos de pensamiento lógico antes de actuar.

La mediación siempre será una semilla que dejaremos en la mente del niño que no olvidará, sobre todo después de haber desarrollado un hábito de resolución de conflictos duradero. Por nuestra parte, la paciencia es una cualidad que tenemos que desarrollar, sobre todo en los casos más difíciles, pues si supiésemos la historia que subyace a veces tras un mal comportamiento, no cuestionaríamos jamás nuestros esfuerzos. Hay muchos corazones que anhelan que su llamada sea escuchada:
Quiéreme cuando menos me lo merezca,
porque será cuando más lo necesite”.

Todos somos responsables de nuestras acciones y circunstancias, nunca culpables.



La estabilidad de una banqueta requiere de al menos 3 patas

Para que el método sea útil y provoque un automatismo en el niño, debemos aplicarlo todas las personas que estemos alrededor de éste.

Una banqueta puede servirnos como buen ejemplo análogo de estabilidad y equilibrio: Una banqueta es estable dado sus 3 puntos de apoyo principales o patas, en nuestro caso: los padres (1ª pata), el maestro (2ª pata) y el contexto escolar-colegio (3ª pata). Si además, podemos contar con un número indefinido de apoyos adicionales (familiares, amigos, distintos profesionales… involucrados directa o indirectamente en la educación del niño), podremos sumar una 4ª pata conformada por el conjunto de estos últimos. La física clásica nos advierte que si quitásemos una pata de las 4, la estabilidad del taburete se vería afectada, aunque continuaría sosteniéndose, pero si suprimiésemos 2 patas, la estabilidad se vería seriamente comprometida y la banqueta se volvería inestable.

En el aula un maestro no puede, ni debe trabajar solo, su trabajo debe ser apoyado y complementado por el resto del profesorado (especialistas y tutores de igual línea), padres e instituciones para alcanzar objetivos significativos y que perduren en el tiempo.

Aplicar el método es fácil, pues su implementación es novedosa, atractiva y, según qué situación, incluso divertida. Bien utilizado, ayuda a eliminar tensiones, malentendidos y enfados haciendo que los implicados en el conflicto se sientan bien. Pero, ¿qué hacer con aquellos niños y niñas que a expensas del método y la buena voluntad del educador inciden en conductas de otro modo reprendidas o castigadas?

Este es un punto importante, dado que quienes sí lo aplican, pueden decidir no hacerlo y volver a solucionar los conflictos por medios propios, al sentirse poco respetados y agredidos de forma continuada.

Si Carlos pega a Juan una vez y aplican el método, y Carlos vuelve a pegar a Juan, aplicándose nuevamente el método, y otro día, Carlos de nuevo pega a Juan… claramente hay algo que falla. Probablemente Carlos no haya entendido que el objetivo final del método sea cambiar la forma de percibir los conflictos y modificar las distintas maneras de actuar, o puede que se sirva del método para no ser reprendido o castigado, consecuencias finales de su conducta, si se recurre a otras vías de resolución de conflictos. En este tipo de casos el educador deberá modificar su estrategia a un enfoque distinto: acción-consecuencia. Es decir, éste informará a los niños que dispondrán de un número limitado de oportunidades de utilizar correctamente el método (3 por ejemplo), en caso contrario, éste quedará excluido del ámbito de implementación del método, quedando automáticamente a expensas del uso de otros más convencionales (acciones correctivas, privaciones de recreos, copiar…).

El cariño y la “libertad” de expresión no están reñidas con el respeto. Aunque pueda parecer que el método puede descontrolar las dinámicas de aprendizaje en el aula, una interacción abierta y transparente de las emociones puede marcar la diferencia en una educación de calidad.

El método tiene que ser aplicado tanto en casa como en el centro educativo. Funciona al 100%, ya está probado, pero si no se adquieren hábitos adecuados y se desarrolla un trabajo cooperativo entre todos los educadores, no alcanzaremos su objetivo.


Un ejemplo de aplicación en el aula

Como ejemplo, a continuación desarrollo una breve exposición del método de resolución de conflictos para trabajar en el aula (aunque hay muchas más opciones).

El ámbito de aplicación de método no se reduce al uso del mismo en situaciones de conflicto o desencuentros, sino que pretende ser un punto de inflexión en el aprendizaje del control y la gestión emocional del niño.

El niño deberá entender previamente que es relativamente fácil salir del método, (al agotar las 3 oportunidades dadas), pero será bastante más difícil retornar a él, dado que deberá demostrar su compromiso personal con el método para poder volver a participar en el mismo.

Estar en el método implica contemplar ciertas normas: 
  • Utilizarlo cuando hay un conflicto (el cariño será la base de cualquier problema).
  • Cuando se terminan las tareas se utiliza el momento de juego, rincones de juego o trabajo, juego libre (dentro de unas pautas)...
  • Dentro del aula se puede trabajar en grupo.
  • Se puede ir al baño siempre que lo necesite, y siempre de uno en uno.
  • Que los padres o familiares desde casa lo apliquen de igual forma, informando de cualquier conflicto que no resuelto o de cualquier otra incidencia o preocupación al maestro/a, para que éste colabore en su resolución. No debe quedar ningún conflicto sin tratar.

Estar fuera del método implica la aplicación de otros recursos convencionales, así como las normas implícitas en el Reglamento de Régimen Interior del centro (RRI):
  • Ante un conflicto el maestro/a ejercerá su autoridad por vías convencionales (acciones correctivas, reprimenda, amonestación).
  • Cuando se terminan las tareas no hay momento de juego, hay trabajo de aula (de refuerzo o ampliación).
  • Dentro del aula tiene que trabajar solo/a.
  • Sólo se puede ir al baño entre clase y clase.
  • Los padres serán informados de cualquier amonestación o falta, pudiendo ser citados por el tutor/a para corregir la actitud amonestada.
Que el maestro/a saque a un alumno del método, no debe verse como un castigo sino como una experiencia de contraste que el niño debe valorar por sí mismo.

Así mismo es de vital importancia, que aunque un niño determinado no se encuentre dentro del método, el maestro/a continúe tratándole con idéntico cariño que al resto de alumnos, con respeto, aunque con determinación y firmeza, pues en definitiva, él es quien, a través de sus acciones, eligió qué método debía ser aplicado con él.
   
¿Cómo entrar de nuevo a formar parte del método? El maestro/a deberá valorar si el alumno quiere formar parte del método o no. Además es esencial que los padres estén de acuerdo y participen desde casa, pues de otra forma se incurriría en formas de actuación diferentes y será muy fácil que el niño agote sus tres oportunidades y salga del método. Sería como sentarse en una banqueta de dos patas, un asiento inestable, que no se sostiene por sí mismo.

Nosotros los maestros y profesores participamos de forma temporal en la vida de nuestros alumnos. Los padres serán quienes verán la evolución y transformación de sus hijos en adultos. Ellos, por tanto deben elegir con objetividad qué tipo de educación es afín a sus expectativas, aunque deberán ser cautelosos con éstas, pues los niños suelen tender a cumplirlas fielmente.

No obstante, si se diese una falta de colaboración desde casa, el niño/a puede por su parte tratar de ponerlo en práctica. Tiene derecho a probar y mantenerse en él, pues en definitiva, son las acciones y no las palabras las que lograrán convencerle sobre sus beneficios. Entender las diferencias individuales de cada niño, sus preferencias y distintos ritmos de aprendizaje y expresión forman parte del método. 

Es el alumno/a quien decide en última instancia estar dentro o fuera del método.

No debemos olvidar que cuando un niño actúa de una determinada manera, o no usa el método de forma adecuada, puede ser una llamada de atención, motivada por la falta de apoyo en casa, o bien porque ha aprendido formas distintas de resolver discrepancias (aprendizaje vicario) y no sabe hacerlo de otra forma… Debemos tener en cuenta SIEMPRE que un niño puede aprender nuevas conductuas, y que nosotros, como maestros, DEBEMOS DE SER UN MODELO A SEGUIR por ellos. 

A lo largo de la historia de la humanidad, NUNCA se ha resuelto nada con la violencia, la única forma de cambiar actitudes y conductas es a través del autoconvencimiento, la comprensión, del cariño…

Si los educadores tuviésemos la oportunidad de trabajar de manera multidisciplinar y coherente con médicos, psicólogos, pedagogos, políticos, administradores, empresarios, etc… nuestra sociedad evolucionaría en todos los sentidos… los niños representan el futuro y son quienes recogerán de nuestra mano el testigo que continúe con nuestra labor.


El niño como persona de esta sociedad

Un niño puede aportar grandes cosas en la vida de aquellos que nos reconocemos como adultos: alegría, perseverancia, ilusión, curiosidad… habilidades y actitudes en ocasiones olvidadas o poco desarrolladas. Integremos al niño como al miembro más joven, pero de pleno derecho, en la sociedad en la que vivimos.



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